El infiel
Aparentemente
soy un tipo que sale a correr, como tantos otros después de la jornada laboral. Me despido de mi mujer y mi hija vestido para la ocasión, zapatillas, mayas y
camiseta. La noche artificial se cierne sobre la Estación Titán, lo hace a
ritmo constante. La mayoría de los que vivimos aquí jamás hemos visto ningún
atardecer natural, ni tan siquiera nuestros abuelos, pero no nos importa, en
realidad estamos orgullosos de ello, nos aleja de nuestros eternos enemigos,
los terrícolas.
No logro evitar un angustioso
sentimiento de culpa, especialmente por mi hija, aún es lo suficientemente
pequeña para creer que su padre es una especie de súper-héroe. Pero no es
cierto, soy humano, imperfecto y pecador,
con deseos y anhelos incumplidos.
La verdad es que no voy a correr, he
recibido un mensaje de ella indicándome que me espera en un nicho-hotel
cercano a mi apartamento. La conocí en el trabajo hace apenas dos meses. Es
una joven recién salida de la universidad contratada en prácticas para el
departamento que dirijo.
Es más atractiva que guapa, en especial cuando luce su espléndida sonrisa, aunque lo que más me gusta de
ella, es su personalidad. Conectamos a la perfección desde el primer día; yo le
explicaba el trabajo y el funcionamiento de la compañía y ella escuchaba
atentamente. Cuando me interrumpía era para realizar alguna pregunta u
observación inteligente.
Antes de que pudiera darme cuenta,
las conversaciones, que en un principio versaban sobre asuntos laborales,
fueron derivando hacia temas personales, incluso íntimos. Inconscientemente,
comencé a prolongar voluntariamente mi jornada. Me costaba despedirme de ella,
de su pasión por la vida, de sus planes, tal vez excesivamente ilusos, como
corresponde a alguien joven que comienza a disfrutar de la libertad de un
adulto.
Nuestros cuerpos chocaban
fortuitamente en demasiadas ocasiones, nuestros dedos se entrelazaban a la
mínima ocasión, nuestras miradas hablaban su propio lenguaje. La besé por
primera vez en el laboratorio, aprovechando
la necesaria soledad que necesitaba el experimento. Fue un acto instintivo,
temerario, aún me sorprendo por mi osadía. Pero ella respondió con pasión
furiosa, atrapándome, apretándose contra mí, no deseábamos separarnos, perdimos
la noción del tiempo y del espacio, casi nos descubren.
Durante los tres días posteriores traté de evitarla, arrepentido, avergonzado por mi comportamiento. Ella me
dijo, sin que yo le explicara nada, que lo entendía y que me respetaba. Pero
finalmente la pasión y el deseo que siento por ella vencieron mi resistencia, y
una mañana le propuse salir a pasear por los jardines del disco seis, conocedor
de que ella vive allí. Me sugirió que pasara a recogerla por su apartamento.
Reconozco, que estuve unos diez
minutos en el pasillo que llevaba a su puerta, sabedor de que en realidad no
íbamos a salir a caminar a ningún sitio. Especulé con la idea de rechazarla
amablemente y quedar como amigos. Pero ni yo mismo me lo creía, la deseaba con
todas mis fuerzas, ansiaba acariciarla, recorrer toda su anatomía, descubrir
sus fantasías, sus secretos…
Cuanto apreté el timbre de su
puerta temblaba como un niño instantes antes de cometer una travesura. Sabía
que estaba obrando mal, aunque por otro lado, me sentía rejuvenecer, la sangre
volvía a correr por mis venas. No quiero disculparme ni justificarme pero mi
mujer ya no mostraba ningún interés por mí, estoy convencido de que las pocas
veces que hacíamos el amor, era para mi esposa una especie de tarea doméstica,
algo mecánico, carente de toda fogosidad.
Al abrir la puerta me indicó que
pasara, que aún no estaba lista, su apartamento olía a sándalo, un sensual
holograma inundaba la estancia, acompañado de una música suave e instrumental.
Me dejé llevar y sobre su sofá terminamos lo que habíamos dejado a medias en
el laboratorio…
Salgo del ascensor y recorro en
unos dos minutos los escasos seiscientos metros que me separan del hotel.
Busco el número que me ha indicado, y con una creciente excitación, aprieto el
botón de llamada. Tras cruzar el umbral necesito unos instantes para que mis
ojos se adecúen a la escasa iluminación rojiza que se desparrama por los
rincones. La estancia es pequeña, como corresponde a este tipo de alojamiento,
dos metros de ancho por cuatro de largo, percibo como los pelos de mi cabeza
rozan el techo, a mi derecha está el cuarto de baño.
Ella, enfundada en un ajustado vestido negro, sobre la cama
desplegable: de lado, apoyada sobre uno de sus codos, me sonríe, en su rostro
se dibujan esos característicos hoyuelos que tanto me atraen. Apenas hablamos,
me indica que me acerque. Al sentarme en la alcoba intento quitarme las
zapatillas, pero no lo consigo, se abalanza sobre mí, yo cedo a su presión y me
quedo tumbado apoyado sobre mi espalda. Sus manos me buscan y me encuentran
totalmente erecto, siempre me ocurre en su presencia, un simple roce de ella es
suficiente para encenderme, siento una terrible presión, incluso me duele, noto
cada fibra del músculo.
Me olvido de todo, nuestras lenguas se entrelazan en un beso
interminable, ella está encima,totalmente preparada para mí, y no me refiero
solo a que no lleve ropa interior. Encajamos a la perfección, su cálida humedad
me envuelve, nuestros cuerpos se entrelazan, tengo la sensación de que nuestras
terminaciones nerviosas conectan entre ellas. Baila sobre mí, yo entro en un
nirvana de contenida excitación, me concentro en su placer, me olvido de todo y
los remordimientos se disuelven, de alguna forma mágica sé lo que tengo que
hacer, sigo el ritmo de sus caderas mientras mis manos buscan sus pechos bajo
la tela. Danzamos al mismo ritmo, disfruto de sus orgasmos, saboreando un
exquisito placer dominado.
Cuando está agotada cae sobre mi pecho, me coloco sobre
ella, me anima, me susurra frases increíbles que elevan mi autoestima
masculina, ahora es su pelvis la que sigue la cadencia que le marco. Dejo
escapar la tensión contenida, me vuelvo salvaje, irracional, hasta que exploto
y me derramo en su interior, ella absorbe mi energía, la disfruta y culmina una
vez más junto a mí.
Nos miramos en silencio, abrazados, disfrutando del momento,
saboreo cada segundo que gasto a su lado. Hasta que la imagen de mi niña
atraviesa mi mente como un destello y el sentimiento de culpa, la losa del
pecador hunde mi alma. Me siento miserable, quiero decirle que no nos podemos
volver a ver, pero no lo consigo; porque no es cierto, la deseo, la necesito,
solo pienso en ella, es algo maravilloso y doloroso, estoy atrapado en una
descarnada batalla entre mente y corazón…
—¿Ya te tienes que marchar? —Me pregunta compungida al
observar la transformación de mi rostro en una máscara de mármol.
—Sí, lo siento, me gustaría quedarme, pero sabes que no
puedo.
Contemplo su sonrisa y su expresión de cálida complicidad.
—Venga, márchate, tienes que ir con tu familia —me susurra
tras un dulce beso.
Me visto rápidamente, en realidad solo tengo que subirme el
pantalón, me despido y corro hacia mi rutina, hacia mi mentira, hacia la
seguridad, hacia mi cárcel sin rejas…
Me ha gustado mucho, es ciencia ficción con un toque picarón. Interesante ;)
ResponderEliminar:) excelente
ResponderEliminarGracias Gladys, me alegra que te guste
Eliminar:) excelente
ResponderEliminarMe encanta el erotismo seductor de esta historia
ResponderEliminarEscribiré alguna más de este estilo.
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